Mucha sonrisa de cera,
mucha altiva soberbia
y un chinchín de champán
que suena a campana de entierro.
Mucho chascarrillo agorero
que se esconde entre los almohadones
de la alta sociedad.
La venganza se sirve en un plato
de lentejuelas y terciopelo.
En medio de la velada
la noche promete tormenta,
una suerte de rayos y truenos
en el mismo salón principal.
Cae una noche forzada
y un grito de pavor
corta la oscuridad.
Y en medio de la penumbra
se abre camino el desconcierto
pasmado ante ese cuerpo
que duerme para no volver a despertar.
Las miradas se pierden
entre los rincones de la habitación maldita,
persiguiendo pistas escondidas,
acechando secretos furtivos
que obliguen al culpable a confesar.
La candidez y la inocencia
desconfían de la indecencia,
sin dar crédito
a que el verdadero asesino
habite entre almohadones de plumón.
Entre las miradas y la inquietud
brota el verdadero ser
que yace tras capas de caviar y seda,
que vendería a su abuela
por un perfume de Channel.
Los diamantes se tornan flechas,
y cada princesa pudiera ser la viuda negra.
En cada habitación,
¿un culpable se esconde tras la puerta?
¿acecha una muerte dantesca?
La maldad embriaga la atmósfera
y finalmente la verdadera asesina se deja ver…